Pa´Lante

Hay un momento en la vida en el que uno deja de pedir permiso. No es que deje de importar todo de golpe, pero sí cambia el orden de prioridades. En mi caso, el diagnóstico de Parkinson no fue el final de nada, sino más bien un punto de partida. Una sacudida. Una invitación brutal y sincera a empezar a vivir con más conciencia.



Con el tiempo, aprendí que hay cosas que se llevan mejor cuando se sueltan. Y una de ellas es la opinión ajena. ¿Qué van a decir? ¿Qué van a pensar? ¿Qué importa? Nadie más vive en este cuerpo. Nadie más escucha cómo tiembla el silencio en mis manos. Nadie más escribe desde mi lugar. Así que no, no me importa tanto lo que digan los demás.

Escribir me hace bien. Me da forma. Me ordena. 

Pero siempre, siempre que escribo, me siento un poco más yo. No escribo para demostrar nada. Escribo porque necesito hacerlo. Porque en este caos de pensamientos, palabras y emociones, la escritura es una especie de refugio. Un espacio donde mando yo.

Y en ese espacio no caben los juicios ajenos. Solo está mi voz. Tal vez quebrada, tal vez más lenta, pero firme. Propia. Honesta.

Así que sí, escribo. Y lo que opinen los demás, la verdad, cada día me importa un poco menos.

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